Vistas de página en total

martes, 12 de noviembre de 2013

BOGOTANOSOYYO o Del Delirio de El Dorado. Una respuesta a "Malditos bogotanos" de Giovanni Acevedo

Texto en respuesta al artículo "Malditos Bogotanos" del bogotano Giovanni Acevedo.
Por Juan Biermann (también bogotano)

Es fatigante seguir escuchando voces –criadas en Bogotá– que no escatiman esfuerzo, detalle ni adjetivo para recordarnos todo aquello detestable que puede encontrarse, a diario, por las calles de esta, pese a tanto, hermosa ciudad. Digo fatigante porque es escuchar, una y otra vez, tan solo voces, que señalan, incriminan y sentencian, sin atreverse a usar las manos para cambiar algo de todo aquello terrible que en esta ciudad detectan.
Yo, como nacido y criado en esta ciudad, también quisiera sentarme a llorar derrotado; decir que esta urbe no es más que una prisión de pájaros de alas atrofiadas, incapaces de toda civilización y urbanidad; mezcla promiscua de razas, dialectos y rencores. Y, entre sollozos, señalar a diestra y siniestra, a azules y rojos, a pobre y a ricos, al norte y al sur, al gobierno y al ciudadano, al de ruana y al de corbata, al clima y a la guerra… Acusarlos a todos del malestar que me produce saberme de una ciudad a la que poco, muy poco, se la quiere.
Vivo convencido de que bogotano es aquel que extraña Bogotá cuando está lejos. Lejos puede ser Villeta, Mesitas, incluso Choachí o el mismo Sumapaz. Y a veces creo que lo que se extraña, en el fondo, no es más que una curiosa tibieza (curiosa en tan lluviosa ciudad), de almohada mullida y, a la vez, compartida (quién sabe con quién). Bogotá, pulpo que si no te abraza, te estrangula o te paraliza, mitad tentáculos cariñosos, mitad medusa implacable.
Se podría decir –como se dice de Berlín– que en Bogotá no vive cualquier persona; que ésta es una ciudad con filtro, apta sólo para los más aptos, trinchera restringida, feudo displicente y muchas cosas más. Se podría decir que a Bogotá  sólo entra a vivir quien esté dispuesto a hacer del resto del mundo una compleja –pero ausente– abstracción. Se podría decir que Bogotá es el vertedero de más de medio siglo de violencia. También, podríamos salir a la calle –sin chalecos antibalas o escoltas– y notar que aquello que el atlas o Google Earth llama Bogotá, es un sinnúmero de barrios e historias, yuxtapuestos en convivencia, cual ajiaco en el que cada quien busca y ofrece ese dichoso sabor de casa.
Yerra quien sigue buscando El Dorado en estas tierras, convencido de que hallará el tesoro dispuesto en cofres o en pleitesía multitudinaria [Habría que aclarar que Bogotá no es árbol, sino jardín]. Yerra quien no toma en serio esta ciudad, asumiéndola sucursal de quién sabe qué. Yerra quien solo ve centros comerciales, caótico transporte masivo, vándalos o huecos, en esta ciudad.
Bogotá es una aventura. No conoce futuro. Tiene 475 años; y, como si fuera de 15, aún cree en el amor, pese al mundo entero que la rodea.

Ahora sí, respondiéndole a Giovanni Acevedo:
De acuerdo con que quienes aquí habitan esta ciudad –“sin importar de qué pueblo vengan” – son bogotanos. Y, en ese sentido, no considero que habiten Bogotá quienes permanecen confinados en centros comerciales o en automóviles de escotillas bien cerradas.
A veces, creo que usted sobredimensiona lo exclusivo del maldito comportamiento bogotano. Se nota que no es capaz de creer posible algo peor a la tragedia que nos describe. Pareciera decir: ‘En esta ciudad no se halla lo mejor del mundo, sino sólo lo peor, lo insuperablemente peor’. Atribuciones propias de provinciano, al que 'cosmopolita' le suena a revista de moda y no a Weltanschauung.
Sigamos: Si tanto lo apesadumbra aquella “señora obesa” de “la 79 con Caracas”, sugeriría humildemente que se olvide de ella y dedique sus horas –las disponibles– a preguntarse si eso que escribe, que ha escrito, no “enmugra” (verbo propio del profano vulgo) un idioma que merece tanto o más respeto que el sector informal de la economía de este país.
Debo aclarar que no me interesa, en ningún momento, insultar a nadie. Por el contrario, busco entender mejor a qué van tantos agravios proferidos, contra una ciudad y sus habitantes, por alguien que –al parecer, por lo que afirma reiteradamente– observa a Bogotá a través del vidrio de su auto o de su oficina/cuarto. No lo digo tampoco buscando explicaciones, argumentos o verdades a favor de lo que se le critica a esta ciudad. Llevo aquí viviendo más de treinta años, con lo cual no me sorprende que haya gente que note ciertas cosas y esto le cause hondo malestar. Lo que me sorprende es la ceguera, el autismo, el exacerbado solipsismo  que lleva a alguien a ver esta ciudad –más que un proyecto de convivencia en la diversidad– como una fuente de satisfacción de sus necesidades individuales, más allá de lo que sienta, piense o le ocurra a los demás habitantes de un país en plena construcción, aquejado por profundas injusticias e inequidades, y del que Bogotá no puede escapar (como sí puede Giovanni cada vez que sube el vidrio de su auto o el volumen del aparato que tenga conectado a sus oídos).
Para terminar: Creo que el mejor remedio para las tribulaciones de Giovanni Acevedo podría encontrarse en viajar. Asumo que sus obligaciones no le darán para alejarse de su desgraciada Bogotá más de dos semanas. Eso bastaría: podría viajar a Quito, a Lima, al DF, a Buenos Aires o a Montevideo, para darse cuenta que Bogotá es como un tatuaje que se lleva grabado en la cara. El espejo nos lo recuerda a diario. Aunque si esta perspectiva hispanohablante resulta antipática o indeseable, estaría bien que dedicara esas dos semanas a disfrutar el invierno alemán, francés, inglés o, incluso, italiano; que no viene mal darse cuenta cuán ingrato se puede volver uno cuando se olvida de ser hospitalario.
Giovanni, de corazón, lo invito a que consiga amigos y amigas que, desacomodándolo de su vehículo o de la tibieza de su recinto cerrado, sean capaces de enseñarle un poco de la belleza de la vida que late en ésta, su ciudad.
Con fraternal saludo bogotano,


Juan Biermann