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sábado, 22 de febrero de 2014

LECTURAS SOBRE BRAUDEL Y LA SEGUNDA GENERACIÓN DE LOS ANNALES.


En esta entrada me referiré concretamente a dos textos: La larga duración, de F. Braudel y un fragmento del libro de J. Casanova La Historia Social y los historiadores (pp. 48-70) en el que se alude al momento historiográfico en el que se puede incluir a Braudel.  Para esto, comentaré sucintamente el primero de los textos para después, haciendo un recorrido por lo que sugiere Casanova, insertar -dentro de la trayectoria que dibuja- la labor del historiador francés, sus repercusiones y posibles puntos frágiles.



Incluido en un compendio de diversos ensayos del mismo autor, La larga duración es quizá el texto más representativo y más fácil de vincular con la imagen de Fernand Braudel. Está compuesto por cuatro apartados, en cada uno de los cuales su autor expone y explica algunas de sus críticas a diversos manejos del tiempo en los estudios sociales, sugiere nuevas perspectivas de comprensión del acontecer humano a partir de una renovada visión del tiempo y hace un llamado a la discusión y al debate en torno a lo que él ha planteado.

Viéndolo más de cerca, se observa en el primer apartado del ensayo un ataque a la historia regida por la corta duración, más aún si se entiende ésta como “la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”. Sugiere la pluralidad de tiempos y la historia como la suma de las historias de cada uno de esos tiempos. Para el segundo apartado  reitera su inconformidad frente a estudios que manejen un tiempo corto; cita el caso del trabajo de algunos economistas que niegan la diacronía y la duración en sus investigaciones, poniéndose al servicio solamente de intereses del momento en el que viven, y de los gobiernos a quienes sirven. Es el pasado, para Braudel, un camino que puede ser recorrido y que ayuda a la comprensión de los pasos del presente; un punto de comparación, de contraste, mediante el cual se puede percibir el cambio y también, por qué no, las continuidades.
Para el tercer apartado, se introduce en la cuestión de confrontar los modelos con la idea de duración. Para esto, clava su atención sobre las matemáticas sociales que, a través de un modelo estructural basado en un análisis cuantitativo  de las realidades sociales, la clasificación de los hechos según tres lenguajes (el de la necesidad, el aleatorio y el condicionado) y la muy larga duración, fundamentan su explicación de lo social. A pesar de que no desvirtúa totalmente los resultados que esta manera de enfrentar los datos implica, Braudel pone en duda la eficacia del método por tratarse de un enfoque demasiado centrado en un duración excesivamente larga que obliga a trasegar uno solo de los tantos caminos posibles dentro de la historia; es decir, al tomar una sola dimensión a lo largo de un lapso de tiempo muy amplio, se cae en una univocidad de sentido que restringe y pasa por alto acontecimientos y realidades que no se pueden soslayar.

En el cuarto y último apartado, el autor destina sus esfuerzos en proponer la larga duración como una “posibilidad de lenguaje común en aras de una confrontación de las ciencias sociales”; es decir, que la dimensión temporal sirva de basamento y común denominador dentro de las ciencias sociales, convirtiéndose de esta manera en un eje común sobre el cual permitir que los múltiples aportes y avances de cada una de las disciplinas y ciencias sociales autónomas hagan desde su saber, puedan comunicarse, compartirse y probarse en estudios afines. De esta manera, buscar convergencias e investigación colectiva, que despierte la discusión y el debate y enriquezca los múltiples estudios sociales.



Casanova hilvana su texto siguiendo las historias de amor y odio entre la historia, la sociología y la antropología. Desde un feliz comienzo, en el que la sociología apenas dejaba escapar sus primeros vagidos, las relaciones entre ésta y la historia no presentaron mayores malquerencias ni odios enconados.  Pero con el final del siglo XIX y el arranque del XX, figuras como Durkheim o Comte, desde una postura que podría catalogarse de exclusivista o, sencillamente, de arrogante-pueril, desvirtuaron la labor de los historiadores al verlos como investigadores empíricos carentes de método científico, de complejos conceptos elaborados y de rigurosidad y capacidad de abstracción suficiente para trascender los límites que les imponía la subjetividad.

Con el surgimiento de la escuela de los Annales, en la década de los 30’s, nace desde la historia un intento renovado por hacer una tregua y trabajar colectiva y mancomunadamente en un miso objetivo, la comprensión y explicación de las realidades sociales.  Pero para que esto ocurriera, tuvo que haber un rompimiento dentro del ámbito de los historiadores: una pugna, una lucha cazada entre la agónica escuela metódica y los Annales, que implicaron una búsqueda de “aliados” y de nuevas perspectivas que abrieran el campo de acción e influencia.


Es en la segunda generación de los Annales en la que se inscriben los trabajos de Braudel. Él, siguiendo las enseñanzas de Bloch y Febvre, busca mantener una alianza, establecer un punto común de reunión y, es por esto, que defiende tan febrilmente su idea de la larga duración. Como se escribía en renglones previos, la temporalidad extensa era la matriz que permitía el acceso a diversas ciencias humanas, implicando, de paso, el carácter imprescindible de la historia, al servir ésta como punto de apoyo y base para el estudio de las realidades sociales siguiendo una dimensión diacrónica de lo acaecido.

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