RESEÑA: Rudé, George. Revuelta popular y conciencia de clase. Barcelona, Crítica, 1981. 242 pàgs.
Este libro cuenta con cuatro grandes partes precedidas por un Introducción. En ésta, su autor hace un breve recorrido por algunos marcos teóricos de origen marxista, y trata de extraer de ellos elementos útiles que le permitan estudiar las ideologías de protesta, en particular aquellas que se desarrollaron en una época preindustrial. Este recorrido le permite definir algunas de las características de la ideología de protesta, planteando por ejemplo este tipo de ideologías está compuesta por “toda la gama de ideas y creencias que hay debajo de la acción social y política” (p. 8), así como precisa que para la sociedad preindustrial “los términos como conciencia «verdadera» o «falsa» (que Marx aplicó originalmente a la clase trabajadora industrial) no son aplicables en absoluto” (pp. 8-9).
El desarrollo de esta “teoría” de la ideología de protesta, “comenzando por sus orígenes en Marx y Engels y tal como posteriormente la adaptaron Lukács y Gramsci, cada uno a su manera” (p. 12) es de lo que se encarga la primera parte del libro, compuesta por dos capítulos. En el primero de ellos, Ideología y conciencia de clase, lleva a cabo un recorrido a través del concepto de ideología, desde los planteamientos del mismo Marx y como éste la relación con la conciencia de clase, pasando por Lenin y Lukács, desembocando en A. Gramsci, este último capaz de trascender la imagen de sociedad polarizada sobre la que trabajaban los autores anteriores, para incluir dentro del panorama las ideologías «no orgánicas», mucho más útil para poder entender y analizar la ideología de la praxis.
En el segundo capítulo de esta primera parte, titulado La ideología de la protesta popular, describe y explica los tres componentes que componen a las ideologías populares; a saber: (1) el elemento inherente (base común), (2) el elemento derivado (externo) y (3) las circunstancias y experiencias, que funcionan como matriz donde se lleva a cabo la mezcla de los dos primeros elementos.
La segunda parte, como su título Los Campesinos nos lo indica, está dedicada al estudio de esta clase. Y es posible que sea precisamente en este fragmento del libro donde los errores afloren más claramente y el desprecio de los marxistas británicos hacia los campesinos se haga más evidente. Nos referimos al hecho de que, por una parte, no se brinda en ningún momento una definición de rebelde o de rebeldía, y mucho menos de campesino rebelde. En ninguno de los tres capítulos, En la Europa medieval, Bajo la monarquía absoluta y América Latina, se tiene claro el concepto de campesinos, más allá de ser caracterizados como una clase de tendencia generalmente tradicionalista –si no reaccionaria- que poco tuvo que aportar con el desarrollo del movimiento e ideologías de protesta que después se habrían de insertar en el socialismo. Y no sólo esto: es increíble que Rudé no sepa darse cuenta de las grandes diferencias existentes entre la Europa medieval y la América Latina de finales del siglo XIX y comienzos del XX. En otras palabras, es síntoma de preocupante estulticia el hecho de que este autor incluya Latinoamérica (y a sus gentes) en una parte titulada Campesinos, acompañados por campesinos feudales y los grupos de protesta preindustriales. Y además se olvide tan fácilmente de que éste fue un continente que fue invadido por europeos durante más de 300 años, pero que no obstante logró desarrollar sus propias especificidades sociopolíticas y económicas que hacen que la mera identificación o igualación con los fenómenos acaecidos en Europa sea insuficiente y, en muchas ocasiones, simplemente errada.
La tercera parte, Revoluciones, está compuesta por cuatro capítulos. En cada uno de éstos se encarga de analizar una revolución preindustrial, es decir, una revolución en la que aún no se había planteado el conflicto interno social en términos de burguesía contra proletariado. Más que repetir lo que plantea Rudé en estos cuatro capítulos, trataremos de plantear algunas preguntas o acotaciones que permitan vislumbrar algunas de las falencias de este autor.
En el segundo capítulo de esta tercera parte, La Revolución Norteamericana, tras caracterizar la sociedad norteamericana a partir de las diferencias y semejanzas con respecto a la sociedad europea de ese momento, sugiere que parte de la idea que justificó el levantamiento popular “nació de la idea de que existía una «conspiración contra la libertad»” (p. 133). Pero no especifica a qué tipo de libertad se aludía, qué tipo de libertad era la que estaba en peligro. Y a pesar de que no lo dice, si seguimos planteamientos de otros marxistas ciertamente más críticos –como por ejemplo M. Horkheimer- nos daremos cuenta de que esa libertad se refería la libertad de desarrollo económico. Vistas así las cosas habría que retirar todo tipo de romántico idealismo de la revolución norteamericana y denotarla como una lucha en la que tras ideas igualitaristas y humanitaristas, se escondía un trasfondo principalmente económico.
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