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sábado, 22 de febrero de 2014

PERRO SIN DIENTES NO MUERDE. Imágenes de Gaitán en el billete de 1000 pesos

Introducción

El trabajo que aquí se plantea tiene como objetivo interpretar algunas de las imágenes presentes en el billete de mil pesos. Para esto, voy a describir sucintamente los objetos que en éste aparecen representados, para después adentrarme en la labor de su interpretación y posibles significados.

Terminaré este ensayo –a partir de los resultados de mi interpretación- planteando algunas de las implicaciones de las imágenes plasmadas en el billete.

A manera de contextualización, me valí de dos libros: Gaitán: Vida, muerte y permanente presencia,  de J. A. Osorio Lizarazo (Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979) y Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia de Herbert Braun (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1987).

Rostros y rastros en el billete de 1000 pesos
El billete de mil pesos surgió, por segunda vez en nuestra “historia numismática”, en el año 2001 ante el inaudito e incontrolable aumento de moneda falsa de mil pesos. Estas últimas, aparecidas a mediados de la década de 1990, reemplazaron a su vez a un billete de 1000 que mostraba sobre sí el rostro de Simón Bolívar, bajo un fondo azul.



Así pues, y casi podría decirse por la “malicia” misma de un determinado grupo perteneciente al pueblo colombiano, Gaitán había terminado sustituyendo a Bolívar en un billete, cambiando, de paso, el azul rey por un pardo rojizo, cercano a un rojo moderado.

Claro que ahora, el billete de mil no vale (ni cuesta) lo que hace diez años. Es, en este tiempo, el de menor denominación, pero al mismo tiempo el más abundante. El que más se ve en los buses y cafeterías, en los bolsillos modestos y las billeteras menos gruesas. Es, por así decirlo, el billete más popular.

Durante la década de los 60’s (más exactamente, a partir de 1965), comenzó a circular en Colombia la moneda de 20 centavos que llevaba, estampada en una de sus caras, el rostro de Jorge Eliécer Gaitán. Aparecía de perfil, bien peinado y con la boca cerrada. Ésa fue la primera vez que el caudillo apareció en los bolsillos colombianos. Ahora, casi cuarenta años después, surge de nuevo por un homenaje que el Banco de la República desea concederle. Un homenaje a un caudillo liberal, asesinado en las calles bogotanas hace más de cincuenta años. Alguien que encarnó en sí una nueva forma de interpretar  “la voluntad popular”, poniendo el acento en la pequeña burguesía, dándole a su ideología un cariz de particular socialismo[1].

¿Pero hasta qué punto logra este homenaje transmitir esa memoria que celosamente guarda un importante número de colombianos que vieron en él una esperanza de verdadera representación política, de modelo a seguir? ¿Qué es lo que realmente pretenden transmitir las imágenes estampadas en este billete? ¿Qué se recuerda y qué parece que se olvida?

A continuación pasaré a describir y analizar algunas de las imágenes que más me llamaron la atención, aprovechando para resaltar también aquéllas que, por razones que desconozco, aparecen en el plan original del billete pero que, en la “versión final, no aparecen[2].

 

Cara A



Destacan en esta cara, según mi opinión, las siguientes imágenes: la figura en primer plano de Jorge Eliécer Gaitán, el “pueblo”, de fondo, expectante y atento; y la balanza inscrita en una circunferencia. Voy a dejar de lado las dos frases ubicadas en el extremo superior izquierdo, así como en la firma, para centrar mi atención únicamente en las imágenes mencionadas.

Gaitán en primer plano, el pueblo tras él


Tomada de la página 339 del quinto volumen de la Historia de Colombia de la Editorial Oveja Negra ([s.f.])[3], destacan, a mi parecer, la boca entreabierta, el brazo derecho levantado –a manera de saludo a la multitud-, la mano derecha sosteniendo un sombrero que apenas se alcanza a ver, el brazo izquierdo pegado al cuerpo, pétreo e inmóvil; el pelo brillante y bien peinado, el rostro esbozando un gesto afectado, poco natural. Es, según percibo, un Gaitán bastante parco, elegante y bien arreglado, que no mira directamente a la multitud; es más, le da la espalda: quizá dirigiéndola hacia alguna parte o, tal vez, presentándola frente a algo o alguien.


En el billete, Gaitán está sobre la multitud, más arriba, más grande, mejor enfocado (a pesar de ser el pueblo superior a sus dirigentes); no está entre ellos, no está rodeado por ellos. No se mezcla con el pueblo, no se confunde con él. Está sobre ellos, ocupando un primer plano generoso, cubriendo de paso a la gente a sus espaldas.

Por su parte, la gente observa curiosa hacia un lugar que parece acercarse al punto en el que se pierde la mirada del caudillo. Escucha, no habla entre sí. Esta imagen corresponde, precisamente, a una foto tomada de la manifestación del silencio, que dirigió Gaitán en Febrero de 1948 en la ciudad de Bogotá[4].

La multitud está compuesta en su gran mayoría por hombres de sombrero y corbata, mestizos, de rasgos aindiados, acompañados a su vez por algunas banderas que se levantan a manera de estandartes. No son ya las banderas negras del luto por los muertos de la violencia partidista –como en aquella manifestación se demostró-, sino telas que más parecen hacer alusión a un apoyo sin escudos ni pancartas escritas; son sólo banderas, quizás del partido liberal; quizá, simplemente, telas levantadas sin mayor significado.

La balanza


Según la exposición en la Casa de la Moneda, el espacio ocupado por esta balanza estaba reservado a un pequeño micrófono. Según la misma fuente, buscaban a través de esta imagen hacer alusión a los viernes culturales, jornadas durante las cuales Gaitán  daba extensas conferencias sobre múltiples temas en el teatro que ahora lleva su nombre (ubicado en la carrera séptima con calle 24, en Bogotá). Pero, y unas vez más por razones que desconozco, este pequeño micrófono no se incluyó en la “versión final”, cediendo su espacio a una balanza que bien puede hacer referencia a la formación en derecho del caudillo liberal o bien a alguna consigna que Gaitán hiciera como una manera de buscar una mayor equidad al interior de la sociedad colombiana. No creo que represente la justicia que fue incapaz de aclarar, tras tantos años, los móviles claros y verídicos de la muerte del protagonista del billete.

Lo que faltó

Para finalizar con esta descripción y  sucinto análisis de la primera cara, considero pertinente mencionar uno de los objetos que no fue finalmente incluido en esta faz, pero que sin embargo aparece presente en la exposición que presenta el Banco de la República en su Casa de la Moneda.
El elemento que hace falta constituye un motivo que ocupaba parte del fondo del billete (en la versión que conoce el público, ese espacio se encuentra ahora en blanco; ver ilustración junto a este texto). El papel aparece allí sin adorno alguno, después de que se había pensado para él un pequeño y delicado dibujo de un racimo de bananos que, al repetirse, constituía un detallado tapete que representaba, según lo que se presenta en la Casa de la Moneda, toda la cuestión referente a la matanza de las bananeras y a la amplía labor que llevó a cabo Gaitán como abogado para darla a conocer.


CARA B


En esta otra cara del billete, considero como imágenes importantes el rostro de Gaitán, la muche­dumbre tras su imagen y, debido a su ausencia,  una serie de elementos que no terminaron saliendo en el billete que ahora circula por el país.

Gaitán y la muchedumbre


Lo primero que salta a la vista al observar esta cara del billete es la gran cabeza del caudillo liberal. Viste, hasta donde se permite ver, con elegancia;  su pelo no presenta arrugas, su peinado no muestra im­perfecciones. Mira al frente, pero no es una mirada que despierte resquemores ni rencillas; es una mi­rada parca, tranquila, como de quien escucha sin afán de interrumpir. Su nariz ancha apunta hacia aba­jo; no enseña las fosas, aquéllas que se abrían de par en par cuando daba sus largos discursos frente a las masas que se reunían a aclamarlo. La boca está cerrada, silenciosa (silenciada?), algo torcida, pe­ro más por lo que parece ser un rasgo físico inherente al personaje, que un gesto intencional de des­precio o asco. Casi parece que fuera a sonreír, al verle la comisura de labios apretada de esa manera.
Los dientes no aparecen. Ya en la imagen de la cara anterior se esbozaban tímidamente. Aquí no aparecen, ni siquiera se sugieren en el gesto. Están ausentes, bien guardados.
Refiriéndose a los dientes de Gaitán, Braun los entiende como “símbolo de agresión”: “sus dientes eran símbolo de su personalidad: agudos, incisivos, caninos” [5]. Así, de esta forma, se puede ver que el re­trato que se presenta en el billete no invita en ningún momento a la agresión. No se muestra, ni si­quie­ra, como un individuo agresivo. Tampoco bonachón y vivo; es sencillamente una imagen de bi­lle­te más, en tanto quieta, aplomada y seria. Es un recuerdo estático que no tiene por qué hacerse mover.

Tras la enorme cabeza de Gaitán, se ve, ya más numerosa, una muchedumbre que lo observa curiosa, sonriente, expectante y, me parece a mí, llena de esperanza. Compuesta por hombres y mujeres, la imagen muestra a un grupo de gente que, levantando la cabeza hacia la imagen del caudillo, atiende atenta a quien parece que los representa.
Una vez más, Gaitán le da la espalda a su pueblo. Pero está vez, a diferencia de la cara anterior, se le percibe más unido a la masa que lo acompaña detrás. No obstante, continúa situado en una posición más alta, mejor enfocado y detallado; diferenciado de los demás.

Lo que faltó

Grande fue mi sorpresa al ver, en la Casa de la Moneda, que se tenía pensado incluir un pequeño di­bu­jo al carboncillo que Gaitán había pintado en su adolescencia y en el que representaba una pietá. Y no só­lo esto: estaba dentro de los planes rodear este pequeño dibujo con la dedicatoria que había escrito el cau­dillo en su tesis de grado de la Universidad Nacional de Colombia. Ésta rezaba así: “ A mi madre: con el tributo pleno de mi amor ardentísimo a ella, faro en mis tinieblas, puerta en mis naufragios, cari­dad y bálsamo en el dolor cruel de mis heridas”[6].

Una pietá y la referencia explícita a la madre… La mezcla perfecta para hacer de Gaitán una imagen me­siánica, un Jesucristo mártir colombiano. Afortunada o desafortunadamente, tanto la imagen como el texto se omitieron. Habría podido despertar sentimientos de añoranza demasiado fuertes. La sola idea de Gaitán como Salvador podría haber implicado la búsqueda de un culpable al que se le tildaría de “anti-Cristo”. Pero esto ya es un poco exagerado; no creo que un billete pudiera despertar un sen­ti­mien­to que durante más de medio siglo ha sido domesticado.  Aunque sí considero que, no ya una reac­ción violenta, sí hubiera podido generar un malestar por la muerte del presunto enviado divino. Y ade­más, y más peligroso de todo, habría sido una legitimación –demasiado sutil- del levantamiento del 9 de Abril de 1948 –y días subsiguientes-, en tanto el pueblo había reaccionado legítimamente ante se­me­jante asesinato, siguiendo un poco su imaginario católico.
Pero, como mencioné desde el comienzo, estos detalles fueron omitidos. Así como aquel pequeño y de­­licado motivo que adornaba el fondo del billete (de forma semejante a como se explicó para la cara an­terior), que representaba una semilla germinando, imagen que aludía, según lo que se presenta en la Ca­sa de la Moneda, a la idea de que Gaitán no murió en vano al dejar germinando muchas de sus ideas.

A manera de conclusión

 Se ha visto a lo largo de este recorrido cómo la imagen que aparece del caudillo liberal despierta una sensación de parquedad, de calma; nunca de agresividad. La ausencia de sus dientes grandes y violentos, del sudor que le bajaba por la frente en la mitad de sus discursos, sus ojos desorbitados por la emoción; su cara de “indio” o de “negro”, con su pelo enmarañado y su voz invitando al pueblo a seguirlo. Se muestra, en cambio, un Gaitán frío, distante, en demasía serio.  Tieso, inmóvil, sobre un pueblo que ve en él su gran esperanza de mejoramiento de las condiciones de vida.

Además de esto, es importante decir que el billete está dedicado al Gaitán vivo, no al muerto. Es decir, no hace en ningún momento alusión al “Bogotazo” (aquí habría que preguntarse una vez más por qué omitieron el racimo de bananos, la pietá, la dedicatoria de la tesis y la semilla germinando); para ellos la vida de Gaitán no tiene nada que ver con su muerte. Gaitán no vivió su muerte, su muerte no fue vivida con Gaitán.

Considero que hay un intento consciente –por parte de aquellos que diseñaron el billete- de brindar una imagen viva de Gaitán. Un Gaitán que sea sinónimo de socialista utópico, de hijo del pueblo e incluso hasta del mejor político de la historia de Colombia. Pero nunca sinónimo del 9 de Abril, ni del vandalismo ni de la violencia que despertó su desaparición.

El pueblo que aparece acompañándolo es un pueblo tranquilo, reflexivo y curioso. No violento ni insatisfecho con el mal gobierno. Es, como el espectador del billete puede corroborar, un pueblo sin manos o, mejor dicho, de brazos caídos; tranquilo, con el aire amable del campesino gentil o del rolo bien educado. Y, además, silencioso, con la boca cerrada para poder escuchar mejor las consignas de su líder, estampadas en una de las caras del billete.

Un trabajo admirable de manipulación de imagen, de creación de memoria a partir de la cotidiana presencia entre la gente. Bien lograda, muy sobria y lo suficientemente conciliadora para no despertar rencillas ni oscuras sospechas. Definitivamente, y con esto termino, un trabajo que vale más de mil pesos.






[1] Braun, H. Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1987. Braun escribe: “Gaitán significó para un amplio y numeroso sector popular colombiano una nueva forma de entender la participación política en Colombia.[…] Él logró hacer que el pueblo se sintiera escuchado y representado en el gobierno nacional”. (p. 91)
[2] Cuando hablo aquí del plan original me refiero a lo que se muestra en la exposición de la Casa de la Moneda (del Banco de la República, carrera 6ª con calle 11), en la que se presentan y describen las diferentes partes constitutivas del billete. (Fecha de visita: 12 de junio de 2003).
[3] Según la exposición de la Casa de la Moneda.
[4] Foto tomada de: Historia de Bogotá, Tomo III. Salvat Villegas Editores, [s.f]. p. 65. Esta información la saque de la exposición en la Casa de la Moneda.
[5] Braun, H. Op. Cit. p. 158
[6] Esta información la tomé de la exposición de la Casa de la Moneda, en Bogotá.

SOBRE EL LIBRO La Cuestión Nacional y la autonomía, de Rosa Luxemburg.

En esta entrada quiero hablar de las principales ideas desarrolladas en este libro de Rosa Luxemburg. Para ello voy a describir sucintamente el contenido de cada uno de los capítulos, para que así el lector/ a se pueda conocer los planteamientos de Luxemburg sobre esta cuestión.



Este libro cuenta con seis capítulos. El primero, titulado El derecho de los pueblos a la autodeterminación, se centra básicamente en el contenido y la aplicabilidad de los puntos 7º y 9º del Plan de Londres de 1896. Luxemburg critica de ellos su vaguedad y su inoperancia en el campo específico de aplicación; y sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, en sí, afirma. “no da ninguna indicación práctica para la política cotidiana del proletariado, ninguna solución práctica de los problemas nacionales”. En otras palabras, este derecho, más que encarar la problemática, es “una jugada para eludir la cuestión”.

Otra de sus críticas a esto va enfocada en el sentido de la generalización que implica su enunciado. De una manera que después será característica en ella, Luxemburg llama la atención sobre la importancia de la particularidad de cada caso, del estudio de las condiciones reales y de un socialismo científico que, más que buscar dar panoramas generales y generalizadores, sea capaz de ofrecer soluciones que no contradigan la corriente del desarrollo histórico de las sociedades modernas.

Termina este capítulo enfocando su atención nuevamente en la contradicción implícita entre el derecho de las naciones y la teoría de la sociedad de clases, en tanto la primera, más que basarse en condiciones materiales reales, se constituye como “la fórmula verbal de una idea metafísica [semejante al derecho al trabajo, etc.], totalmente irrealizable en el seno de la sociedad burguesa”. Así pues, concluye aquí, “el punto nueve debe ser remplazado por un texto concreto aunque general, que dé una solución a la cuestión nacional de acuerdo a los intereses del proletariado de las respectivas nacionalidades”.

El segundo capítulo, titulado El estado nacional y el proletariado, se centra en la definición del estado nacional en el marco de la sociedad burguesa y el papel del proletariado al interior de ésta. Partiendo de la definición de Kautsky de los tres factores que constituyen las raíces de una idea contemporánea de la nación,  Luxemburg concluye que esta idea “está ligada de la manera más estrecha con una época determinada del desarrollo moderno”. En ese orden, la idea contemporánea de nación esta inde­fec­tiblemente ligada con la emergencia del dominio burgués y el capitalismo industrial.
En este marco (el estado moderno burgués), la misión histórica del proletariado se  convierte en la abolición de éste “como una forma política de capitalismo en la que él mismo como clase consciente llega al mundo para establecer el régimen socialista.”
Termina este capítulo enfocándose en el caso específico de Polonia, en el que aclara que “la idea nacio­nal jamás representó la idea clasista de la burguesía, con la de la nobleza”. En este orden de ideas, “la do­minación de clase de la burguesía en Polonia no sólo no requería la creación de un estado nacional uni­­ficado […], sino que, por el contrario, se levantó sobre la base de la anexión y del desmembramien­to de Polonia”. Así pues, Luxemburg resalta la tradición nacional polaca como propaganda natural de la contrarrevolución.

En el tercer capítulo, titulado Federación, centralización, particularismo, la autora se encarga de demostrar la naturaleza contrarrevolucionaria (anti­progresiva en términos históricos) del federalismo. Para ello, parte de una identificación del federalismo con una lógica organizacional feudal, como par antagónico del centralismo capitalista. Para aclarar este punto, cito: “la misión histórica del proletariado […] estriba en la revolución mundial, universal, cuyo punto de partida es el desarrollo del gran estado capitalista”. En ese sentido, aparece en el horizonte la idea de un centralismo necesario, opuesto a cualquier afán federalista.
Así pues, termina el capítulo afirmando categóricamente la naturaleza reaccionaria de cualquier federalismo: “la idea de federación, retrograda por su propia naturaleza y por su contenido histórico, en la actualidad se ha convertido en un anuncio comercial seudorrevolucionario del nacionalismo pequeño burgués y la reacción contra la lucha revolucionaria clasista del proletariado que se funda en la unión de todas las naciones”.

En el cuarto capítulo, La centralización y el autogobierno, Luxemburg encara la cuestión referente a la importancia de la centralización política y económica, y su relación con el desarrollo de el autogobier­no. Uno de los principales puntos sobre los que hay que llamar la atención aquí es la caracterización del autogobierno en distinción con respecto al federalismo. Luxemburg escribe: “El autogobierno […] no significa, ni mucho menos, la eliminación del centralismo estatal, sino su complemento, y sólo juntos dan una plena caracterización de lo que es un estado burgués”.  En este sentido, el autogobierno es entendido como tentáculo del pulpo centralizador, en tanto es a partir del desarrollo de una burocracia y un sistema administrativo local dependiente de un centro como el poder centralizado tiene un mayor control sobre su área de influencia.




En el quinto capítulo, La nacionalidad y la autonomía, parte de un marco en el que relaciona las bases materiales y las formas espirituales en lo referente a la construcción de una nacionalidad y de una cultura nacional. En ese sentido, identificando esa cultura nacional como un producto burgués, afirma que “la autonomía nacional moderna, en el sentido de un autogobierno en un determinado territorio, sólo es posible ahí donde la nacionalidad respectiva tiene un desarrollo burgués propio, una vida urbana, una intelliguentzia, una vida literaria y científica propias.”


En el último capítulo, La autonomía del Krolestwo polaco, concluye su libro encarando de nuevo la cuestión polaca y, apoyándose en los argumentos expuestos a lo largo del texto, afirma “que las condiciones socioculturales e históricas de nuestro país hacen imprescindible la autonomía nacional en el Krolestwo polaco como consecuencia ineludible de la revolución política que se opera el estado ruso, encaminada a la abolición del despotismo asiático y a la creación de formas progresistas de vida política, adecuadas a las necesidades de la economía capitalista y del desarrollo burgués. Por las mismas razones, la autonomía constituye una reivindicación del programa del proletariado polaco revolucionario”.

SOBRE GEORGES DUBY Y LA TERCERA GENERACIÓN DE LOS ANNALES.


En esta entrada hablaré de los principales puntos desarrollados en dos textos: un fragmento de La historia continúa, de Georges Duby y el capítulo correspondiente a la tercera generación de los Annales del libro de Bourde y Martín, Las Escuelas Históricas. Comenzaré con este segundo texto, como una manera de contextualizar un poco el “momento historiográfico”, para después adentrarme en los planteamientos de Duby.

Con el desarrollo y la consolidación de la escuela de los Annales, empieza ésta a convertirse en una poderosa institución que apoya sus pilares, primero, en una sólida base universitaria, en la que se conjugan enseñanza e investigación; y, segundo, en un posicionamiento en diversos medios masivos de comunicación que funcionan como puentes de comunicación entre las investigaciones y una mayor gama de lectores.

La escuela de los Annales centra su atención prioritariamente en la Europa occidental y sus dependencias en un periodo que va desde la Edad Media hasta el Sigo de las Luces. Esto lo hace siguiendo las pautas ya establecidas por sus fundadores, alimentando lo que Bourde y Martin denominan “hegemonía de la reputación”. Esta hegemonía también implica un culto a los antepasados; es decir, un respeto y enaltecimiento de figuras como Marc Bloch y L. Febvre, fundadores de la escuela.


Siguiendo su ejemplo, se abandona la inclinación a la sistematización, proclamándose la primacía de la investigación científica sobre las opciones filosóficas. Esto conlleva a un desarrollo de nuevas técnicas de investigación e interpretación de documentos y fuentes y abre el espacio a una historia comparada que se encarga de valorar los documentos por su relación entre sí, constituyendo series documentales de datos comparables. Asimismo, implica una nueva elasticidad de las fuentes históricas, en tanto la relación entre historiador y documento cambia, y aparece la posibilidad y la justificación para llevar a cabo extensos ejercicios de relectura de fuentes ya conocidas.

Hay que sumarle a estas nuevas dimensiones, la cuestión relativa al tiempo histórico. Desde su “redefinición” , con los trabajos de F. Braudel, se busca ahora llevar a cabo análisis de periodos muy amplios, coherentes en su organización social y económica, coronado por un sistema homogéneo de representaciones.

Entonces, se tiene que esta nueva historia, heredada de los Annales, se caracteriza por un (re)aprovechamiento y “reciclaje” de diversas fuentes, que lleva consigo una redefinición de la relación entre historiador y fuente histórica; de igual forma, prevalece la idea de una larga duración de los fenómenos históricos estudiados. No obstante, y creo que esto no es lo más saludable, es una historia que, al no poderse desprender lo suficiente de la sociedad en la que se desarrolla, cae también en la tentación del capital; es decir, se somete ante las leyes del mercado, estudiando aquello por lo que puede ser mejor remunerada. Bourde y Martín denominan esto como una caída en el show bussiness.

Es muy interesante ver el contraste entre el panorama que dan Bourde y Martin y aquél que brinda un historiador como Georges Duby. Frente a una imagen ciertamente crítica de los dos primeros autores, Duby antepone una llena de vida, de fronteras trascendidas y metas a realizar.



Es posible que Duby no sea el “paradigma” de los historiadores de la tercera generación de los Annales;  pero sí es importante en tanto su ejemplo ha trascendido las fronteras francesas y su amplísima producción no se ha quedado en las exclusivistas bibliotecas de los especialistas y científicos sociales.

No obstante, a pesar de sus propias especificidades, no puede negarse que Duby forma parte y define algunas de las características antes mencionadas sobre la tercera generación. Pero no considero que pueda vérselo como un “hijo” de Braudel, como un de sus pupilos directos; Duby es, más bien, un historiador criado bajo la tutela de las enseñanzas de Bloch y, en especial, de L. Febvre. Viéndolo así, parece como, tal cual como reza la segunda ley de Mendel, los caracteres que no aparecieron en la segunda generación aparecieron en la tercera. Puede comprobarse en buena medida esto que aquí planteo no sólo por el vínculo estrecho que Duby no niega haber tenido con los fundadores de los Annales; también, en ese empeño, en esa búsqueda de lo mental tras lo material que ya Febvre había esbozado a lo largo de su carrera, así como en la intención de sumar a la reflexión y a la erudición algo de imaginación que llenara los vacíos y lagunas que los documentos no podían llenar, y en su deseo de constituir en torno a la investigación también un lugar de enseñanza a través del cual lo aprendido con la experiencia no se perdiera y pudiera conocer nuevos horizontes y nuevas perspectivas de análisis.

Considero que el análisis de Bourde y Martín sobre la nueva historia heredera de los Annales flaquea al hablar sobre las innovaciones que ésta trajo consigo. Desde un punto de vista ciertamente sesgado, no dedican mayor atención a figuras como Duby que no sólo produjo una enorme cantidad de textos y libros de historia, sino que consiguió dar un nuevo impulso a la historia, al darle una dimensión geográfica, mental y narrativa que la hizo más asequible, menos aburrida y, en cierta medida, más completa.

Destaco, para finalizar, uno de los que, desde mi opinión, es de los mayores aportes de Duby al trabajo del historiador: ante la encrucijada entre la vida y la escritura de la historia, este historiador francés elige ambas; el historiador debe salir de su cuarto, no encerrarse en su burbuja de presunta objetividad. Caminar y conocer los lugares en los que acaecieron los hechos que se ha dado a estudiar, abriéndose a sí mismo la posibilidad de ser él también parte de esa extensa narración de los hechos que, de una u otra manera, también lo cubren. No es negar la vida con la abstracción, ni la abstracción con el placer de sentir la vida; es, sin caer en un eclecticismo barato, saber encontrar un punto medio en el que el historiador se sienta tan ser humano como los hombres y las mujeres sobre las que investiga y escribe.


Es para mí siempre un enorme placer leer a Duby. Su ejemplo, sus palabras, en más de una ocasión me han ayudado ha apaciguar angustias “históricas”, a desenredar profundos nudos, a enfrentar las dudas que, cada tanto, trae consigo este quehacer. A él le debo el seguir estudiando esta carrera, así como el hecho de saber que hay cosas que pueden ser cambiadas, llenándolas de vidas. Profunda gratitud y respeto, para los cuales las palabras de poco sirven si no se ven reflejadas con actos y hechos.

LECTURAS SOBRE BRAUDEL Y LA SEGUNDA GENERACIÓN DE LOS ANNALES.


En esta entrada me referiré concretamente a dos textos: La larga duración, de F. Braudel y un fragmento del libro de J. Casanova La Historia Social y los historiadores (pp. 48-70) en el que se alude al momento historiográfico en el que se puede incluir a Braudel.  Para esto, comentaré sucintamente el primero de los textos para después, haciendo un recorrido por lo que sugiere Casanova, insertar -dentro de la trayectoria que dibuja- la labor del historiador francés, sus repercusiones y posibles puntos frágiles.



Incluido en un compendio de diversos ensayos del mismo autor, La larga duración es quizá el texto más representativo y más fácil de vincular con la imagen de Fernand Braudel. Está compuesto por cuatro apartados, en cada uno de los cuales su autor expone y explica algunas de sus críticas a diversos manejos del tiempo en los estudios sociales, sugiere nuevas perspectivas de comprensión del acontecer humano a partir de una renovada visión del tiempo y hace un llamado a la discusión y al debate en torno a lo que él ha planteado.

Viéndolo más de cerca, se observa en el primer apartado del ensayo un ataque a la historia regida por la corta duración, más aún si se entiende ésta como “la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”. Sugiere la pluralidad de tiempos y la historia como la suma de las historias de cada uno de esos tiempos. Para el segundo apartado  reitera su inconformidad frente a estudios que manejen un tiempo corto; cita el caso del trabajo de algunos economistas que niegan la diacronía y la duración en sus investigaciones, poniéndose al servicio solamente de intereses del momento en el que viven, y de los gobiernos a quienes sirven. Es el pasado, para Braudel, un camino que puede ser recorrido y que ayuda a la comprensión de los pasos del presente; un punto de comparación, de contraste, mediante el cual se puede percibir el cambio y también, por qué no, las continuidades.
Para el tercer apartado, se introduce en la cuestión de confrontar los modelos con la idea de duración. Para esto, clava su atención sobre las matemáticas sociales que, a través de un modelo estructural basado en un análisis cuantitativo  de las realidades sociales, la clasificación de los hechos según tres lenguajes (el de la necesidad, el aleatorio y el condicionado) y la muy larga duración, fundamentan su explicación de lo social. A pesar de que no desvirtúa totalmente los resultados que esta manera de enfrentar los datos implica, Braudel pone en duda la eficacia del método por tratarse de un enfoque demasiado centrado en un duración excesivamente larga que obliga a trasegar uno solo de los tantos caminos posibles dentro de la historia; es decir, al tomar una sola dimensión a lo largo de un lapso de tiempo muy amplio, se cae en una univocidad de sentido que restringe y pasa por alto acontecimientos y realidades que no se pueden soslayar.

En el cuarto y último apartado, el autor destina sus esfuerzos en proponer la larga duración como una “posibilidad de lenguaje común en aras de una confrontación de las ciencias sociales”; es decir, que la dimensión temporal sirva de basamento y común denominador dentro de las ciencias sociales, convirtiéndose de esta manera en un eje común sobre el cual permitir que los múltiples aportes y avances de cada una de las disciplinas y ciencias sociales autónomas hagan desde su saber, puedan comunicarse, compartirse y probarse en estudios afines. De esta manera, buscar convergencias e investigación colectiva, que despierte la discusión y el debate y enriquezca los múltiples estudios sociales.



Casanova hilvana su texto siguiendo las historias de amor y odio entre la historia, la sociología y la antropología. Desde un feliz comienzo, en el que la sociología apenas dejaba escapar sus primeros vagidos, las relaciones entre ésta y la historia no presentaron mayores malquerencias ni odios enconados.  Pero con el final del siglo XIX y el arranque del XX, figuras como Durkheim o Comte, desde una postura que podría catalogarse de exclusivista o, sencillamente, de arrogante-pueril, desvirtuaron la labor de los historiadores al verlos como investigadores empíricos carentes de método científico, de complejos conceptos elaborados y de rigurosidad y capacidad de abstracción suficiente para trascender los límites que les imponía la subjetividad.

Con el surgimiento de la escuela de los Annales, en la década de los 30’s, nace desde la historia un intento renovado por hacer una tregua y trabajar colectiva y mancomunadamente en un miso objetivo, la comprensión y explicación de las realidades sociales.  Pero para que esto ocurriera, tuvo que haber un rompimiento dentro del ámbito de los historiadores: una pugna, una lucha cazada entre la agónica escuela metódica y los Annales, que implicaron una búsqueda de “aliados” y de nuevas perspectivas que abrieran el campo de acción e influencia.


Es en la segunda generación de los Annales en la que se inscriben los trabajos de Braudel. Él, siguiendo las enseñanzas de Bloch y Febvre, busca mantener una alianza, establecer un punto común de reunión y, es por esto, que defiende tan febrilmente su idea de la larga duración. Como se escribía en renglones previos, la temporalidad extensa era la matriz que permitía el acceso a diversas ciencias humanas, implicando, de paso, el carácter imprescindible de la historia, al servir ésta como punto de apoyo y base para el estudio de las realidades sociales siguiendo una dimensión diacrónica de lo acaecido.

Sobre los marxistas británicos


En esta entrada quiero referirme directamente a dos textos: Sobre la historia, de Eric J. Hobsbawm y un fragmento del texto de Julián Casanova, La historia social y los historiadores. Para ello, trataré de hacer un esbozo de la contexto que describe Casanova para, después, intentar circunscribir a éste el pensamiento de Hobsbawm.

Además de la escuela francesa de los Annales, puede verse en el panorama historiográfico de Europa occidental los trabajos llevados a cabo por histo­riadores tanto de Alemania como de Inglaterra. En el primero de estos países, según lo que expone Casanova, se mantuvo el historicismo cuyas raíces se encontraban en el siglo XIX. Era una historia que se detenía en lo nacional y clavaba su atención en el periodo en el que había surgido el Estado germano-prusiano. Ajeno a los avances en historia social que se habían llevado a cabo en su país vecino, mantuvo un particular tradicionalismo historiográfico que impidió el divorcio con la cuestión política; fue así como se desarrollo una historia política socialmente fundamentada, de la cual la revista Geschichte und Gesellschaft (fundada en 1975) fue uno de sus mayores exponentes.



Para el caso de Inglaterra, Casanova explica el porqué de su atraso respecto frente a la historia; para ello se basa en tres grandes razones: (1) El peso de la tradición empírica, (2) el peso de el individualismo metodológico (que hizo imposible el desarrollo de investigaciones interdisciplinarias) y (3) la interpretación whig de la historia. Sería con el desarrollo de la historia “desde abajo” (desde mediados del siglo XX) que la historia social se iría convirtiendo en un campo de estudio específico. Esta historia “desde abajo”, cuya importancia ya se había hecho ver desde finales del siglo XVIII cuando el pueblo asumió un rol preponderante en la configuración y la comprensión de la estructura de las sociedades europeas, tomó un buen número de pautas establecidas por el análisis marxista de la historia. Fue así como se empezó a estudiar la relación y las luchas entre clases, definiendo los límites de esas luchas y la adaptación de las clases menos favorecidas al orden que se establecía desde arriba.

Uno de los primeros y más importantes exponentes de esta corriente historiográfica fue Georges Rudé, quien trató de identificar el comportamiento de la multitud y su composición para reivindicar para ella su justo sitio como protagonista de la historia.

Es en el marco de esta historia “desde abajo”, que puede verse y comprenderse mejor la labor de un historiador como Eric J. Hobsbawm. De filiación claramente marxista, este historiador ha intentado, siguiendo en muy buena medida los patrones de análisis históricos marxistas, hacer una historia de la sociedad completa que logre abarcar las diversas clases, las condiciones materiales y las implicaciones de los diversos acontecimientos históricos en las transformaciones al interior de la sociedad.




En su libro Sobre la historia, explica y expone  a lo largo de veintiún ensayos su postura frente a la historia, algunos de sus patrones metodológicos de investigación, así como algunos de sus gustos y disgustos con la historiografía de su tiempo. Estos ensayos pueden clasificarse en tres grandes grupos: (1) aquellos que hablan de los usos y abusos de la historia tanto en la sociedad como en la política, al tiempo que se encarga de darle un peso importante a la historia frente al quehacer de otras disciplinas; (2) aquellos que hacen referencia a la relación entre historiadores y otros eruditos que investigan el pasado y (3) los que hacen alusión a los problemas fundamentales a los que deberían hacer frente todos los historiadores serios.

Sería muy dispendioso y excesivamente extenso exponer aquí todo lo que expone Hobsbawm en su libro. Es por eso que he decidido hablar de tres grandes temas que, a pesar de no cubrir la totalidad de pensamiento de este historiador británico, sí permiten por lo menos tener una idea bastante completa de su postura frente al quehacer del historiador. Estos tres grandes temas son: (1) Historia:  pasado, presente y futuro; (2) historia, economía y Karl Marx y (3) bondades y desavenencias del quehacer del historiador.

Hobsbawm parte de la premisa de que el pasado, el presente y el futuro forman un continuo; en este orden de ideas, entonces, el historiador tendría la capacidad, desde su conocimiento, de aventurarse al futuro a partir del pasado y el presente que lo precede. No se trata, no obstante, de que el historiador se ponga en la labor de adivino, sino, más bien, que a través de su investigación sea capaz de responder a la pregunta qué puede pasar después, pero no a la cuestión de cuándo ni cómo exactamente. Es decir, que tenga la posibilidad de plantear las preguntas que traerá el futuro, sin que esto signifique que pueda darles una respuesta.

En cuanto al aporte de la economía a la historia, Hobsbawm critica fuertemente a la cliometría, por su imposibilidad de aportar elementos reales que expliquen el porqué de una situación histórica determinada; según él, los cliómetras sólo se preocupan por hipótesis contrafactuales que corren el riesgo de caer en fuertes anacronismos, y en vanas explicaciones sobre lo que no ocurrió. En cuanto a Marx, Hobsbawm es categórico al decir que, a pesar de algunos infortunados análisis históricos de este pensador alemán, su importancia radica en el marco que construyó para entender lo que ocurre a partir de una estructura dinámica que se fundamenta en la importancia de una concepción materialista de la historia. Es precisamente esta concepción materialista de la historia –entendida por lo menos como punto de arranque de la investigación- la que hace que la obra de Marx sea imprescindible en la biblioteca de cualquier historiador.

Sobre las bondades y desavenencias del quehacer del historiador, Hobsbawm se detiene para apuntar que la historia no es sólo una simple disciplina de estudio del pasado, sino que su labor implica una interpretación que puede llegar a ser peligrosa cuando es mal utilizada por una ideología política que ve en ella una forma de legitimar su accionar. Pero por otra parte, es precisamente la misión del historiador evitar que este tipo de cosas ocurra; no puede convertirse en esclavo de ideólogos. Esto, teniendo en cuenta que el pasado es una dimensión permanente de la conciencia humana, un componente obligado de las instituciones, a partir del cual se genera un molde que da forma al presente.

Eric John Ernest Hobsbawm (Alejandría, Egipto, 9 de junio de 1917 - Londres, Inglaterra, 1 de octubre de 2012)



Como una de las figuras más reconocidas entre los historiadores contemporáneos, la figura y ejemplo de Hobsbawm no puede pasarse desapercibida. Se nota que no se dedica a la teoría por la teoría misma, sino que fundamenta sus aseveraciones en largos años de investigación y reflexión que le brindan una autoridad moral suficiente como para ganar credibilidad. Estudiosos como Hayden White deberían aprender eso de él: para hablar sobre la investigación histórica no basta con pararse en la orilla del río y hablar de los peces que se alcanzan a ver o que se suponen que allí viven; hay que sumergirse, trabajar directamente con fuentes, para ser capaces de hablar con la suficiente propiedad y sensatez, con el suficiente respeto por los temas y las gentes que se estudian.

RESEÑA: THOREAU, Henry D., Desobediencia civil y otros escritos.

RESEÑA:
THOREAU, Henry D., Desobediencia civil y otros escritos. Madrid, Editorial Tecnos S.A., 1994 [1849-1863]. Estudio preliminar y notas de Juan José Coy. Traducción de Marián Eugenia Díaz. 152 págs.


Henry David Thoreau nació el 12 de julio de 1817, en Concord (Massachusetts). Es recordado por ser autor de ensayos, poemas y conferencias; y también por haber dedicado muchos de sus textos a criticar las inconsistencias del naciente Estado norteamericano, encabezado por hombres que, a la vez que señalaban a América como la tierra de la libertad, mantenían vigente la esclavitud y no tenían ningún reparo en invadir a países vecinos (como lo fue en el caso de México, entre 1846 y 1848). Aunque más que sólo criticar la política y los políticos de su tiempo, Thoreau es reconocido como defensor del derecho a pensar por sí mismo. En este sentido, otorga un valor supremo a la conciencia de cada individuo, elevándola por encima de los principios establecidos por las leyes. Así lo afirma en Desobediencia Civil, su texto más conocido: “creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo.”
El libro que aquí reseñamos está compuesto por cuatro ensayos. El orden en el que se presentan no es cronológico, sino que obedece, más bien, a un orden lógico. El primero de los ensayos, Una vida sin principios, puede verse como una declaración de principios o actitudes éticas fundamentales, que se verán desarrolladas a lo largo de los tres ensayos restantes, Desobediencia Civil, La esclavitud en Massachusetts y Apología del Capitán Brown.
El primer ensayo, Una vida sin principios, pese a la importancia que tienen a la hora de reconocer las bases fundamentales del pensamiento de Thoreau, no es el más conocido. Fue publicado por primera vez en el Atlantic Monthly, en octubre de 1863, a poco más de un año de la muerte del autor. Aquí, el tema central que lo ocupa es la preocupación en torno al modo y la forma como se nos va la vida. En relación a esto, podemos leer en este ensayo afirmaciones como: “Los caminos por los que se consigue dinero, casi sin excepción, nos empequeñecen. Haber hecho algo por lo que tan solo se percibe dinero es haber sido un auténtico holgazán o peor aún.” “No contrates a un hombre que te hace el trabajo por dinero, sino a aquél que lo hace porque le gusta.” “Un hombre eficiente y valioso hace lo que sabe hacer, tanto si la comunidad le paga por ello como si no le paga.” “Si tuviera que vender mis mañanas y mis tardes a la sociedad, como hace la mayoría, estoy seguro de que no me quedaría nada por lo que vivir.” “No hay mayor equivocación que consumir la mayor parte de la vida en ganarse el sustento. […] Debéis ganaros la vida amando.” “Deberíamos tratar nuestras mentes, es decir, a nosotros mismos, como a niños inocentes e ingenuos y ser nuestros propios guardianes, y tener cuidado de prestar atención sólo a los objetos y los temas que merezcan la pena. No leáis el Times, leed el Eternidades.”


El segundo ensayo presente en este libro, La desobediencia civil (también conocido como “Sobre el deber de la desobediencia civil”) vio por primera vez la luz en las páginas del Aesthetic Papers, en mayo de 1849. Es éste el escrito más conocido e influyente de Thoreau, tanto que hasta el mismo Gandhi, en carta al presidente F. D. Roosevelt, confiesa que ha logrado influenciar su pensamiento. Fue escrito en un momento en el que Estados Unidos estaba en guerra con México; una guerra que no sólo traería como resultado la anexión de vastos territorios otrora mexicanos, sino que le permitiría a Thoreau poner en evidencia las inconsistencias entre los ideales de la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos, y las prácticas del gobierno y los ciudadanos de la Unión Americana. Es así que afirma: “Miles de personas están, en teoría, en contra de la esclavitud y la guerra, pero de hecho no hacen nada por acabar con ellas; miles que se consideran hijos de Washington y Franklin, se sientan con las manos en los bolsillos y dicen que no saben qué hacer, y no hacen nada; miles que incluso posponen la cuestión de la libertad a la cuestión del mercado libre y leen en silencio las listas de precios y las noticias del frente de Méjico tras la cena, e incluso caen dormidos sobre ambos. ¿Cuál es el valor de un hombre honrado y de un patriota hoy? Dudan y se lamentan y a veces redactan escritos, pero no hacen nada serio y eficaz. Esperarán con la mayor disposición a que otros remedien el mal, para poder dejar de lamentarse. Como mucho, depositan un simple voto y hacen un leve signo de aprobación y una aclamación a la justicia al pasar por su lado. Por cada hombre virtuoso, hay novecientos noventa y nueve que alardean de serlo, y es más fácil tratar con el auténtico poseedor de una cosa que con los que pretenden tenerla.”
Es precisamente esta inconsistencia e incoherencia entre principios y prácticas, sobre la que Thoreau basa buena parte de su argumentación a favor de la desobediencia civil: “Bajo un gobierno como este nuestro, muchos creen que deben esperar hasta convencer a la mayoría de la necesidad de alterarlo. […] Lo que tengo que hacer es asegurarme de que no me presto a hacer el daño que yo mismo condeno.” Más adelante añade: “Si mil hombres dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras que si los pagan, se capacita al Estado para cometer actos de violencia y derramar la sangre de los inocentes. Esta es la definición de una revolución pacífica, si tal es posible.” Y concluye: “Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo. Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, tan solo cumpliendo con sus deberes de vecino y amigo. Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado más perfecto y glorioso aún, el cual también imagino a veces, pero todavía no he vislumbrado por ninguna parte.”
En los dos ensayos restantes (La esclavitud en Massachusetts y Apología del capitán John Brown) Thoreau habla de la necesidad de una ampliación efectiva de los derechos fundamentales e inalienables consagrados desde la Declaración de Independencia. Fundamenta su ataque a la esclavitud a partir de la exigencia de respeto por la dignidad de cada persona humana, independientemente de su condición. Así mismo, Thoreau se indigna ante los atropellos y abusos de los políticos en el poder y de los jueces de los altos tribunales, así como ante el servilismo de los periódicos frente a los gobiernos de turno. Y su reclamo, más que recurrir a argumentos políticos o económicos, apela a la igualdad entre seres humanos: “Quisiera recordarles a mis compatriotas que ante todo deben ser hombres, y americanos después, cuando así lo convenga. No importa lo valiosa que sea la ley para proteger las propiedades e incluso para mantener unidos el cuerpo y el alma, si no nos mantiene unidos a toda la humanidad.”


A pesar de que los ensayos que componen este libro fueron escritos hace poco más de siglo y medio, su vigencia se mantiene. Son textos que nos suenan aún familiares, cercanos, parte incluso de nuestras ideas. Textos cuyo contexto histórico nos permite percibir la valentía y la sensatez de una persona capaz de ver más allá de los destellos de la deslumbrante promesa de vivir en el país de la Libertad. Son también una invitación a escuchar nuestras propias conciencias, a observar el mundo con nuestros propios ojos y no a través de lo que los demás quieran que veamos. Son, en fin, un camino que nos conduce a nuestra libertad, con toda la responsabilidad que ello implica, como seres humanos, más allá de las diferencias, las ambiciones y los prejuicios que nos separan y que nos impiden constituirnos como una comunidad verdaderamente humana.