En esta entrada me referiré concretamente a dos textos: La larga
duración, de F. Braudel y un fragmento del libro de J. Casanova La Historia Social
y los historiadores (pp. 48-70) en el que se alude al momento
historiográfico en el que se puede incluir a Braudel. Para esto, comentaré sucintamente el primero
de los textos para después, haciendo un recorrido por lo que sugiere Casanova,
insertar -dentro de la trayectoria que dibuja- la labor del historiador
francés, sus repercusiones y posibles puntos frágiles.
Incluido
en un compendio de diversos ensayos del mismo autor, La larga duración
es quizá el texto más representativo y más fácil de vincular con la imagen de
Fernand Braudel. Está compuesto por cuatro apartados, en cada uno de los cuales
su autor expone y explica algunas de sus críticas a diversos manejos del tiempo
en los estudios sociales, sugiere nuevas perspectivas de comprensión del
acontecer humano a partir de una renovada visión del tiempo y hace un llamado a
la discusión y al debate en torno a lo que él ha planteado.
Viéndolo
más de cerca, se observa en el primer apartado del ensayo un ataque a la
historia regida por la corta duración, más aún si se entiende ésta como “la más
caprichosa, la más engañosa de las duraciones”. Sugiere la pluralidad de
tiempos y la historia como la suma de las historias de cada uno de esos
tiempos. Para el segundo apartado
reitera su inconformidad frente a estudios que manejen un tiempo corto;
cita el caso del trabajo de algunos economistas que niegan la diacronía y la
duración en sus investigaciones, poniéndose al servicio solamente de intereses
del momento en el que viven, y de los gobiernos a quienes sirven. Es el pasado,
para Braudel, un camino que puede ser recorrido y que ayuda a la comprensión de
los pasos del presente; un punto de comparación, de contraste, mediante el cual
se puede percibir el cambio y también, por qué no, las continuidades.
Para
el tercer apartado, se introduce en la cuestión de confrontar los modelos con
la idea de duración. Para esto, clava su atención sobre las matemáticas
sociales que, a través de un modelo estructural basado en un análisis
cuantitativo de las realidades sociales,
la clasificación de los hechos según tres lenguajes (el de la necesidad, el
aleatorio y el condicionado) y la muy larga duración, fundamentan su
explicación de lo social. A pesar de que no desvirtúa totalmente los resultados
que esta manera de enfrentar los datos implica, Braudel pone en duda la
eficacia del método por tratarse de un enfoque demasiado centrado en un
duración excesivamente larga que obliga a trasegar uno solo de los tantos
caminos posibles dentro de la historia; es decir, al tomar una sola dimensión a
lo largo de un lapso de tiempo muy amplio, se cae en una univocidad de sentido
que restringe y pasa por alto acontecimientos y realidades que no se pueden
soslayar.
En
el cuarto y último apartado, el autor destina sus esfuerzos en proponer la
larga duración como una “posibilidad de lenguaje común en aras de una
confrontación de las ciencias sociales”; es decir, que la dimensión temporal
sirva de basamento y común denominador dentro de las ciencias sociales,
convirtiéndose de esta manera en un eje común sobre el cual permitir que los
múltiples aportes y avances de cada una de las disciplinas y ciencias sociales
autónomas hagan desde su saber, puedan comunicarse, compartirse y probarse en
estudios afines. De esta manera, buscar convergencias e investigación
colectiva, que despierte la discusión y el debate y enriquezca los múltiples
estudios sociales.
Casanova
hilvana su texto siguiendo las historias de amor y odio entre la historia, la
sociología y la antropología. Desde un feliz comienzo, en el que la sociología
apenas dejaba escapar sus primeros vagidos, las relaciones entre ésta y la
historia no presentaron mayores malquerencias ni odios enconados. Pero con el final del siglo XIX y el arranque
del XX, figuras como Durkheim o Comte, desde una postura que podría catalogarse
de exclusivista o, sencillamente, de arrogante-pueril, desvirtuaron la labor de
los historiadores al verlos como investigadores empíricos carentes de método
científico, de complejos conceptos elaborados y de rigurosidad y capacidad de
abstracción suficiente para trascender los límites que les imponía la
subjetividad.
Con
el surgimiento de la escuela de los Annales, en la década de los 30’s, nace
desde la historia un intento renovado por hacer una tregua y trabajar colectiva
y mancomunadamente en un miso objetivo, la comprensión y explicación de las
realidades sociales. Pero para que esto
ocurriera, tuvo que haber un rompimiento dentro del ámbito de los
historiadores: una pugna, una lucha cazada entre la agónica escuela metódica y
los Annales, que implicaron una búsqueda de “aliados” y de nuevas perspectivas
que abrieran el campo de acción e influencia.
Es
en la segunda generación de los Annales en la que se inscriben los trabajos de
Braudel. Él, siguiendo las enseñanzas de Bloch y Febvre, busca mantener una
alianza, establecer un punto común de reunión y, es por esto, que defiende tan
febrilmente su idea de la larga duración. Como se escribía en renglones
previos, la temporalidad extensa era la matriz que permitía el acceso a
diversas ciencias humanas, implicando, de paso, el carácter imprescindible de
la historia, al servir ésta como punto de apoyo y base para el estudio de las
realidades sociales siguiendo una dimensión diacrónica de lo acaecido.
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