En esta entrada quiero referirme directamente a dos textos: Sobre
la historia, de Eric J. Hobsbawm y un fragmento del texto de Julián
Casanova, La historia social y los historiadores. Para ello, trataré de
hacer un esbozo de la contexto que describe Casanova para, después, intentar
circunscribir a éste el pensamiento de Hobsbawm.
Además
de la escuela francesa de los Annales, puede verse en el panorama historiográfico de Europa occidental
los trabajos llevados a cabo por historiadores tanto de Alemania como de
Inglaterra. En el primero de estos países, según lo que expone Casanova, se
mantuvo el historicismo cuyas raíces se encontraban en el siglo XIX. Era una
historia que se detenía en lo nacional y clavaba su atención en el periodo en
el que había surgido el Estado germano-prusiano. Ajeno a los avances en
historia social que se habían llevado a cabo en su país vecino, mantuvo un
particular tradicionalismo historiográfico que impidió el divorcio con la
cuestión política; fue así como se desarrollo una historia política socialmente
fundamentada, de la cual la revista Geschichte und Gesellschaft (fundada
en 1975) fue uno de sus mayores exponentes.
Para
el caso de Inglaterra, Casanova explica el porqué de su atraso respecto frente a
la historia; para ello se basa en tres grandes razones: (1) El peso de la
tradición empírica, (2) el peso de el individualismo metodológico (que hizo
imposible el desarrollo de investigaciones interdisciplinarias) y (3) la
interpretación whig de la historia. Sería con el desarrollo de la
historia “desde abajo” (desde mediados del siglo XX) que la historia social se
iría convirtiendo en un campo de estudio específico. Esta historia “desde
abajo”, cuya importancia ya se había hecho ver desde finales del siglo XVIII
cuando el pueblo asumió un rol preponderante en la configuración y la
comprensión de la estructura de las sociedades europeas, tomó un buen número de
pautas establecidas por el análisis marxista de la historia. Fue así como se
empezó a estudiar la relación y las luchas entre clases, definiendo los límites
de esas luchas y la adaptación de las clases menos favorecidas al orden que se
establecía desde arriba.
Uno
de los primeros y más importantes exponentes de esta corriente historiográfica
fue Georges Rudé, quien trató de identificar el comportamiento de la multitud y
su composición para reivindicar para ella su justo sitio como protagonista de
la historia.
Es
en el marco de esta historia “desde abajo”, que puede verse y comprenderse
mejor la labor de un historiador como Eric J. Hobsbawm. De filiación claramente
marxista, este historiador ha intentado, siguiendo en muy buena medida los
patrones de análisis históricos marxistas, hacer una historia de la sociedad
completa que logre abarcar las diversas clases, las condiciones materiales y
las implicaciones de los diversos acontecimientos históricos en las
transformaciones al interior de la sociedad.
En
su libro Sobre la historia, explica y expone a lo largo de veintiún ensayos su postura
frente a la historia, algunos de sus patrones metodológicos de investigación,
así como algunos de sus gustos y disgustos con la historiografía de su tiempo.
Estos ensayos pueden clasificarse en tres grandes grupos: (1) aquellos que
hablan de los usos y abusos de la historia tanto en la sociedad como en la
política, al tiempo que se encarga de darle un peso importante a la historia
frente al quehacer de otras disciplinas; (2) aquellos que hacen referencia a la
relación entre historiadores y otros eruditos que investigan el pasado y (3)
los que hacen alusión a los problemas fundamentales a los que deberían hacer
frente todos los historiadores serios.
Sería
muy dispendioso y excesivamente extenso exponer aquí todo lo que expone
Hobsbawm en su libro. Es por eso que he decidido hablar de tres grandes temas
que, a pesar de no cubrir la totalidad de pensamiento de este historiador
británico, sí permiten por lo menos tener una idea bastante completa de su
postura frente al quehacer del historiador. Estos tres grandes temas son: (1)
Historia: pasado, presente y futuro; (2)
historia, economía y Karl Marx y (3) bondades y desavenencias del quehacer del
historiador.
Hobsbawm
parte de la premisa de que el pasado, el presente y el futuro forman un
continuo; en este orden de ideas, entonces, el historiador tendría la
capacidad, desde su conocimiento, de aventurarse al futuro a partir del pasado
y el presente que lo precede. No se trata, no obstante, de que el historiador
se ponga en la labor de adivino, sino, más bien, que a través de su
investigación sea capaz de responder a la pregunta qué puede pasar después,
pero no a la cuestión de cuándo ni cómo exactamente. Es decir,
que tenga la posibilidad de plantear las preguntas que traerá el futuro, sin
que esto signifique que pueda darles una respuesta.
En
cuanto al aporte de la economía a la historia, Hobsbawm critica fuertemente a
la cliometría, por su imposibilidad de aportar elementos reales que expliquen
el porqué de una situación histórica determinada; según él, los cliómetras sólo
se preocupan por hipótesis contrafactuales que corren el riesgo de caer en
fuertes anacronismos, y en vanas explicaciones sobre lo que no ocurrió. En
cuanto a Marx, Hobsbawm es categórico al decir que, a pesar de algunos
infortunados análisis históricos de este pensador alemán, su importancia radica
en el marco que construyó para entender lo que ocurre a partir de una
estructura dinámica que se fundamenta en la importancia de una concepción
materialista de la historia. Es precisamente esta concepción materialista de la
historia –entendida por lo menos como punto de arranque de la investigación- la
que hace que la obra de Marx sea imprescindible en la biblioteca de cualquier
historiador.
Sobre
las bondades y desavenencias del quehacer del historiador, Hobsbawm se detiene
para apuntar que la historia no es sólo una simple disciplina de estudio del
pasado, sino que su labor implica una interpretación que puede llegar a ser
peligrosa cuando es mal utilizada por una ideología política que ve en ella una
forma de legitimar su accionar. Pero por otra parte, es precisamente la misión
del historiador evitar que este tipo de cosas ocurra; no puede convertirse en
esclavo de ideólogos. Esto, teniendo en cuenta que el pasado es una dimensión
permanente de la conciencia humana, un componente obligado de las
instituciones, a partir del cual se genera un molde que da forma al presente.
Como
una de las figuras más reconocidas entre los historiadores contemporáneos, la figura
y ejemplo de Hobsbawm no puede pasarse desapercibida. Se nota que no se dedica
a la teoría por la teoría misma, sino que fundamenta sus aseveraciones en
largos años de investigación y reflexión que le brindan una autoridad moral
suficiente como para ganar credibilidad. Estudiosos como Hayden White deberían
aprender eso de él: para hablar sobre la investigación histórica no basta con
pararse en la orilla del río y hablar de los peces que se alcanzan a ver o que
se suponen que allí viven; hay que sumergirse, trabajar directamente con
fuentes, para ser capaces de hablar con la suficiente propiedad y sensatez, con el suficiente respeto por los temas y las gentes que se estudian.
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