Vistas de página en total

viernes, 3 de febrero de 2012

Los discursos ocultos - un libro de J. Scott


RESEÑA:
Scott, James C. Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos. México, Era, 2000. 314 pp.

El objetivo general de este libro es el de “mostrar cómo podríamos mejorar nuestra lectura, interpretación y comprensión de la conducta política, muchas veces casi inaprensible, de los grupos subordinados” (p. 20). Para esto, el autor hace la distinción entre discurso público y discursos ocultos. El primero de ellos responde más que todo a una conducta pública hegemónica, mientras que el segundo se constituye tras bambalinas, y consiste en lo que no se le puede decir directamente al poder. Entonces, el objeto de estudio de Scott es principalmente todo tipo de formas de expresiones propias de las clases dominadas (aunque también presentes entre las clases dominantes): los rumores, el chisme, los cuentos populares, las canciones, los gestos, los chistes, el teatro, etc. Esto para poder aproximarse a lo que el autor denomina como infrapolítica de los desvalidos, una forma de insubordinación de difícil definición y aprehensión.
En Detrás de la historia oficial,  el primero de los ocho capítulos que componen el libro, Scott llama la atención sobre el “arte de disimular de los dominados”. Así mismo, brinda en esta parte una definición más específica de los dos discursos con que trabaja: “el discurso público es una guía indiferente de la opinión de los dominadores […] En términos ideológicos, el discurso público va casi siempre, gracias a su tendencia acomodaticia, a ofrecer pruebas convincentes de la hegemonía de los valores dominantes de la hegemonía del discurso dominante” (pp. 26 y 27). Y en cuanto al segundo discurso: “usaré el término discurso oculto para definir la conducta «fuera de escena», más allá de la observación directa de los detentadores de poder”. (p. 28).  Es justamente a partir del contraste entre el contenido de uno y de otro que el autor intenta aportar nuevos elementos para la comprensión de la política, en términos generales, y las relaciones entre dominadores y dominados, en términos más específicos.
El discurso oculto no surge solamente como reacción ante la violencia de la dominación en términos materiales (es decir, exacciones, despidos, etc.), sino también se alimenta de las diferentes gamas de violencia psíquica que puede presentar esta dominación; Scott habla explícitamente de “los insultos y las ofensas a la dignidad humana que a su vez alimentan un discurso oculto de indignación” (p. 31). Y al ser estas ofensas una práctica ciertamente generalizada, también así el discurso oculto puede llegar a adquirir la categoría de “producto cul­tu­ral colectivo”, convirtiéndose en un elemento clave en la dinámica de las relaciones de poder.
Termina este primer capítulo caracterizando someramente al discurso oculto (caracterización que después matizará en capítulos ulteriores), según tres rasgos: (1) “es específico de un espacio social determinado y de un conjunto particular de actores” (p. 38), (2) “no contiene sólo actos de lenguaje sino también una extensa gama de prácticas” (p. 38) y (3) “la frontera entre el discurso público y el secreto es una zona de incesante conflicto entre los poderosos y los dominados, y de ninguna manera un muro sólido” (p. 38).

En el segundo capítulo, Dominación, actuación y fantasía, comienza estudiando los principales rasgos del discurso público; no por ser público carece de máscara. Por el contrario, precisamente por su carácter abierto obliga al desarrollo de actuación y al uso de eufemismos. El discurso público es justamente “el autorretrato de las élites dominantes donde éstas aparecen como quieren verse a sí mismas” (p. 42). Esto implica que es el ámbito en el que se “negocia” esa imagen pública de los dominadores, y en que éstos aprovechan para matizar, esconder o desfigurar los usos y los abusos de su poder. Esta dinámica lleva a la imposición de la deferencia a los domi­nados, con respecto a las normas de los superiores; pero al mismo tiempo, conlleva a la cons­trucción de una imagen del dominador, imagen a la que las élites deben responder igualmente.
La imposición de una conformidad a ultranza acarrea consigo, según lo que plantea Scott, la crea­ción y consolidación de un discurso oculto de resistencia: “La práctica de la dominación, en­ton­ces, crea el discurso oculto” (p. 53). Eso en cuanto al lado de los dominados. En lo que res­pecta a los poderosos, Scott afirma: “El poder significa no tener que actuar o, más precisamente, tener la posibilidad de ser más negligente e informal en cualquier representación” (p. 55)
El tercer capítulo, El discurso público como una actuación respetable, está dedicado por su autor a estudiar “la dramaturgia de la dominación”. Para ello, se plantea la siguiente pregunta: “¿exactamente quién es el público de estas ceremonias?” (p. 72).  Tras caracterizar el ámbito y los usos propios de estas ceremonias, desemboca en varias conclusiones. Por un lado, aclara que el público de estas ceremonias no está integrado sólo por los subordinados. Éstos, a pesar de ser el aparente receptor de dichos mensajes, los interpreta como marco ficticio en el que lo que se les exige es seguir la corriente de dicha farsa. Por otro lado, entonces, “las élites mismas son espectadoras de sus propias exhibiciones” (p. 75). Las ceremonias funcionan, así vistas, como ritos de reafirmación en el poder.
Las formas de resistencia a este discurso público son posibles sólo en un marco externo, y pueden responder a diferentes categorías: pueden fundamentarse en un ocultamiento del emisor de la crítica o resistencia, pueden apoyarse en la unanimidad o bien en el anonimato para no correr el riesgo de ser reprimidos; o también pueden presentarse como eufemismos, de manera semejante a los que utilizan los dominadores para matizar o esconder sus propios secretos.
El cuarto capítulo tiene como objetivo aclarar el concepto de dominación y, de paso, hacer una crítica al concepto de hegemonía ideológica. Tras reiterar algunos de los puntos ya tratados, se refiere a una hegemonía limitada, cuyo objetivo principal más que imponer es persuadir a las clases bajas “de que su posición, sus oportunidades, sus problemas son inalterables e inevitables” (p. 101). Esto le permite concluir que no puede verse la dominación ni la hegemonía como algo inevitable ni natural en sí misma. Todo es, según este autor, más una parte de un juego de apariencias que de un estado real de la situación que acarree consigo una verdadera dominación en todos los ámbitos.
El quinto capítulo, La creación de espacio social para una subcultura disidente, centra su atención en la dinámica que une el discurso oculto con la dominación. En este sentido, Scott examina las reacciones contra la dominación, que él denomina como labores de negación. Para sustentar esto, debe partir de la premisa que para que exista un discurso oculto, es imprescindible la existencia previa de un discurso público de dominación.
La labor de negación surge como opuesta a una serie de agravios, insultos, humillaciones, etc., que abarcan tanto el campo material como el campo psíquico del individuo dominado. Al ampliarse el campo de acción del discurso público de dominación, se crean círculos sociales restringidos cuyo elemento de cohesión es precisamente la vivencia de estos agravios. Sobre esto, Scott añade: “la resistencia contra la dominación ideológica requiere una contraideología –una negación- que ofrecerá realmente una forma normativa general al conjunto de prácticas de resistencia inventadas por los grupos subordinados en defensa propia” (p. 147).
Pero para que sea posible la construcción de esta contraideología, se precisa de espacios aptos para la discusión y la comunicación entre dominados. Conscientes de esto, los dominadores se esfuerzan por atomizar a los subordinados, “eliminando o infiltrándose en cualquier ámbito autónomo de comunicación” (p. 157). Y más adelante, el autor concluye: “el aislamiento, la homogeneidad de las condiciones y la dependencia mutua entre los subordinados propician el desarrollo de una subcultura distintiva, una subcultura que posee con frecuencia un imaginario social muy marcado por la oposición «nosotros» contra «ellos»”. (p. 166).
El sexto capítulo, La voz dominada: las artes del disfraz político, está dedicado principalmente a dar cuenta de las múltiples estrategias que usan los grupos subordinados para introducir su resistencia, disfrazada, en el discurso público. Entre estas estrategias pueden encontrarse unas técnicas elementales, “que disfrazan el mensaje y las que disfrazan al mensajero” (p. 170). Entre éstas pueden encontrarse el anonimato, el chisme, el rumor, los eufemismos y el refunfuño. Entre las formas más elaboradas se encuentran las representaciones colectivas de la cultura, como lo son los ritos, los bailes, las representaciones, la indumentaria, las narraciones, las creencias religiosas, entre otras. Es, en este marco, que la cultura –y en particular la cultura oral- se convierte en una forma de disfraz popular.
El séptimo capítulo, La infrapolítica de los grupos subordinados, se centra en el concepto de infrapolítica. Sobre éste, su autor pretende sugerir en este capítulo que “la infrapolítica que hemos examinado contiene gran parte de los cimientos culturales y estructurales” (p. 218) de la acción política visible. En ese sentido, lo que busca es mostrar “cómo cada ámbito de resistencia explícita contra la dominación está acompañado por un ámbito gemelo infrapolítico, con los mismos fines estratégicos” (p. 218).
Más que centrarse en las causas que llevan al estallido de un movimiento de descontento popular, Scott pone el acento en los orígenes de la presión social sobre los subordinados. En esa medida, la apariencia de presunta conformidad de los dominados no es más que una mera máscara tras las que se esconde un discurso oculto que más que un sustituto de la resistencia práctica, es una condición para ella. Así vista, esta infrapolítica del discurso oculto también es política real, aunque ciertamente a un nivel elemental.
En el octavo y último capítulo, Una saturnal de poder: la primera declaración pública del discurso oculto, el autor retoma lo que sucede cuando se rompe decisivamente la frontera entre discurso oculto y el discurso público. Esta ruptura es entendida por Scott como punto de no regreso, “paso irrevocable”, que además de dar pie para una “sensación de embriaguez” en tanto se ha alcanzado una “satisfacción pública”, se constituye como punto de encuentro y comunión de todos aquellos que han vivido y experimentado la dominación en sus diversas formas. Es decir, no sólo es un momento de quiebre, una “saturnal de poder”, sino que además es el momento en el que “los subordinados pueden reconocer en qué medida sus reclamos, sus sueños, su cólera son compartidos por otros subordinados con los que no han estado en contacto directo” (p. 262).

No hay comentarios:

Publicar un comentario